¿Tan simple como una adicción?

Alguien dijo en una ocasicón que existen muchas clases de relaciones, unas tan fuertes como el café expreso, otras con un poco de leche y azúcar. Relaciones tan antiguas como nuestra própia existéncia, y otras nuevas, inesperadas y sorprendentemente gratificantes. Pero la relación más importante, difícil y duradera es la que tenemos con nosotros mismos.

Mi mente, que tenia mucho tiempo para pensar últimamente, divagaba entre cuál era la mejor manera de encontar mi verdadero yo. Mucho se ha escrito sobre eso, mucho se ha contado. Quizá mi voz estaba perdiendo su fuerza, quizá las palabras se apagaban a mi paso y quizá, solo quizá, me estaba siendo imposible de reencontrarme. Se puede  viajar mucho, cambiar de residéncia, de amistades e inlcuso de lengua pero toda huida siempre acabaría viéndose intercepda por el peor enemigo del ser humano, su conciencia.

Podía seguir meciéndome en el columpio de mi jardín, una y otra vez, mi vista deleitandose con la imagen de las incipientes flores mientras el viento enredaba mechones de pelo que provocaban un suave cosquilleo en mis mejillas. Mis sentidos seguirían percibiendo el canto de los ruiseñores, armonizando el paisaje, así como el cantar de Carusso, mi gallo, no tan armonioso pero aún así adorable, lleno de vida. Podía seguir saliendo a correr, esperando así que la velocidad se llevara mis miedos, o sentarme delante del portatil intentado encontrar una explicación a mi vida.

Pero lo cierto es que quizá ya tuvieramos todas las respuestas, en ese caso, ¿estaba el problema en nuestra incapacidad de superar la adicción a las preguntas?