Secretos que nunca supe contar

Ayer volví a la playa donde meses atrás escribí tu nombre. Rocé con mis dedos la fina arena y sentí en mi pelo una suave brisa. En la nuca un escalofrío. Tanto ha cambiado, y aún así, nada.

Mientras caminaba por la orilla pensé en las cosas que podrías haber inspirado, en todo aquello que cruzaba en su momento mi mente, en lo que se perdía entre las sabanas de seda negra de mi imaginación. También pensé en lo efímeras de esas sensaciones, en las sonrisas breves, las conversaciones morbosas, los mensajes inverosímiles. Lo dije en una ocasión, incomprensible, curioso, insaciable. Pero aún así necesario, necesario para que no muera. Volví a escuchar las canciones que me empujaban a escribirte, y he sentido como algo renacía en mi. Un sentimiento de ternura quizás, o tal vez nostalgia. Uno tiende a echar de menos las nubes, aún y cuando solo las observa de lejos. Sentí de nuevo el tacto frío del cristal de la ventana, el de los miércoles noche, el de los secretos que la madrugada se llevaba consigo. Recordé todas las veces que me hiciste reír y nuestras peleas por tener la razón. Mis espontáneas preguntas y tus esquivas respuestas.

El tiempo, el tiempo y tú, y yo, y tú otra vez, y al fin y al cabo la confianza, esta curiosa relación. Ahora todo son consejos mientras me pregunto si imaginaras el sonido de mi voz. Ahora, solo ahora, me doy cuenta de que por alguna extraña razón contigo siempre hablé en pasado.

 * * *
(Foto: Lexy)